Pobreza y elecciones. Emergentes clases medias

Dulce María Sauri Riancho
De acuerdo con los datos del Consejo de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el 80% de los mexicanos es pobre (44%) o es vulnerable (36%). Yucatán se encuentra levemente mejor que el promedio nacional, pues el porcentaje de personas consideradas en situación de pobreza (42%) es casi igual que la población “vulnerable” (38%). Como en el resto del país, en Yucatán sólo dos de cada 10 habitantes forman parte del privilegiado grupo de población que no es pobre ni vulnerable. Podemos suponer que esta misma proporción registra el millón y medio de yucateco/as que tendrán derecho a votar en las elecciones del 1 de julio.

Con estos datos en la mano, imagino a algunos trastornados estrategas de los partidos políticos frotándose las manos para distribuir despensas masivamente, forma rupestre de garantizar el sufragio “de los pobres” a favor de sus abanderados. El razonamiento es simple: si la mayoría de los yucatecos es pobre, satisfacer de manera mínima una necesidad traería aparejado el agradecimiento y su voto. Los partidos políticos y sus operadores no han acabado de asumir que la dinámica social en Yucatán ha transformado valores y actitudes de sus habitantes, que cada vez se ven más a sí mismos como parte de una gran clase media. Los pobres no se reconocen ni asumen como tales, comparten valores y aspiraciones de este indefinido grupo social. El fracaso de las despensas así lo indica. Las reciben, sí, pero muy probablemente guardan su agravio para las urnas.

¿Qué significa compartir valores y actitudes de clase media? En primer término, se trata de la firme creencia en la movilidad social a través de la educación de los hijos. Conocemos y hemos sido testigos del esfuerzo de madres y padres que se privan de todo con tal de que la hija/o vaya a la universidad, y si no logra ingresar a una institución pública, se esmeran en pagar las colegiaturas en una escuela privada. Son las parejas que unen sus créditos para adquirir una casa de Infonavit o Fovissste; o quien consigue un coche de segunda mano para llegar más fácilmente a la escuela o al trabajo. Son los que compran en abonos los televisores, refrigeradores, lavadoras, para mejorar su calidad de vida. Son quienes se hacen de un teléfono “inteligente” para estar en continuo contacto con el mundo por las redes sociales. Son familias en que todos los adultos trabajan fuera de casa, para contribuir al gasto y para darse esos gustos de la modernidad, en que los aparatos celulares de última generación son de lo más importante. Son quienes llegan a fin de mes gracias a las transferencias monetarias de los programas gubernamentales, como Prospera o Procampo, en que los abuelos también disponen de un modesto ingreso. Son quienes reciben remesas de sus parientes en Estados Unidos o Canadá, que les sirven para vivir más holgadamente y en algunos casos, construir una casa mejor. Son las madres y los ancianos que permanecen en el pueblo junto con los menores, mientras los adultos se van a la Riviera Maya a trabajar de lunes a sábado. La televisión y el internet han acercado la vida de las ciudades hasta los más apartados rincones de Yucatán, por lo que los criterios tradicionales de clasificación urbano-rural para las poblaciones sólo se refieren al número de habitantes, no a sus actividades económicas y tal vez ni siquiera a sus formas de subsistencia. El acceso al consumo de los sectores más amplios de la sociedad ha transformado sus costumbres y sus aspiraciones, las cuales se asemejan cada vez más a los de ese rango de población que no es pobre ni es vulnerable, esto es, el 20% de los yucatecos.

Pero, ojo, la situación de este amplio sector es precaria. Es la población vulnerable al recrudecimiento de la inflación, a que aumente el precio del transporte, la gasolina y los alimentos. Son las familias que pierden su patrimonio para salvarle la vida a un ser querido, enfermo de una grave y cara enfermedad. Son quienes tiemblan ante la mera posibilidad de perder el programa gubernamental que hace la diferencia entre ser pobre e “irla jalando”. Son quienes aprecian las becas escolares que permiten transitar hacia la ansiada universidad. Esta clase media “aspiracional” se encuentra en todos los rincones de Yucatán. Es la que no se conforma con lo que tiene: quiere más y está dispuesta a movilizarse para lograrlo.

Menos de seis intensos meses nos separan del momento en que habremos de decidir en las urnas sobre el rumbo de México y de Yucatán. Nunca como ahora nuestra determinación de acudir o no a votar y hacerlo por uno y otro candidato/a tendrá un impacto real en nuestro entorno inmediato, en el futuro de nuestras familias y de la sociedad de la que formamos parte. Por eso es relevante enterarnos sobre sus propuestas. Por eso debemos exigirles que nos expliquen cómo pretenden lograrlas. Ya no se valen las generalidades y los buenos deseos. Quien mejor entienda esta nueva dinámica social de Yucatán y se comprometa a reforzarla seguramente captará la mayoría de votos sin necesidad de repartir despensas.

La emergente clase media yucateca, la que sale con dificultades de la pobreza ancestral y de la falta de esperanza, merece de sus políticos comprensión y compromiso con el futuro.


Sin concesiones graciosas, sin descanso ni complacencia.— Mérida, Yucatán

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