Espejo a mirar en comicios de 2018. Ecos electorales 2017: Segunda vuelta

Dulce María Sauri Riancho
Culminó la jornada electoral sin contratiempos mayores. Una vez más la ciudadanía estuvo muy por encima de los partidos políticos y de sus gobiernos. Votaron, en algunos casos, en porcentajes de participación inéditos, y definieron ganadores por márgenes estrechos en el Estado de México y Coahuila (en este estado, con un avance del PREP relativamente bajo, 73%), no así en Nayarit donde triunfó el candidato de la coalición PAN-PRD con un porcentaje holgado. No hubo sorpresas por el avance del PAN-PRD en Veracruz, otrora bastión de votos priístas. En la noche del domingo, dirigentes partidistas y candidatos se proclamaban triunfadores, sin más información que sus ardientes deseos y algunas aventuradas encuestas de salida de casilla. En este sentido, nada nuevo bajo el sol electoral. Lo cierto y evidente es que quien se imponga en la elección de gobernador del estado más poblado del país, México, y del norteño Coahuila, lo hará con el voto de menos de una tercera parte de los electores que votaron, pues las otras dos sufragaron por opciones distintas.

Todavía falta un largo postelectoral, donde partidos y candidatos tratarán de hacer valer diversos argumentos jurídicos y legales para lograr la anulación de suficiente número de casillas para revertir el resultado. El PAN adelantó que procederá contra lo que calificó como “elección de Estado” en la gubernatura del Estado de México. Coahuila puede convertirse en bastión de la resistencia opositora contra el triunfo del PRI, que ha unido al PAN, Morena y a un candidato independiente en un frente común.

Las declaraciones de Margarita Zavala, responsabilizando al dirigente nacional de su partido y también precandidato a la presidencia de la república, Ricardo Anaya, del descalabro electoral de Acción Nacional, muestran la gran tensión que se vive en el interior del PAN. Vale recordar el refrán: “del plato a la boca, se cae la sopa”, pues hace un año el PAN y su joven presidente se “comían” el mundo, y aceleraban los relojes políticos en su marcha triunfal a 2018. Estas elecciones los han devuelto a la realidad de contiendas competidas y de la indispensable cohesión interna para enfrentar a sus adversarios políticos. Y tal vez, a vacunarse contra el “síndrome Madrazo”, ese que afectó al PRI en 2005 cuando su presidente nacional decidió abandonar su papel de árbitro del proceso interno y postularse para la candidatura presidencial, sin obstáculo alguno que pudiera impedírselo. El resultado se conoce muy bien: el PRI se fue hasta el tercer lugar en el resultado de las urnas.

Morena recibió asimismo una dosis de realidad. Solos pueden volverse el partido del “ya merito”. Un poco de modestia a la hora de negociar con otras fuerzas de izquierda en el Estado de México le hubiera valido los puntos para hacer la diferencia. Pero los pleitos internos, convenientemente acicateados por quienes sabían del peligro de una coalición con el PRD, lograron descarrilar su propósito de ganar la elección más importante antes de la presidencial. Su dirigente histórico está entrampado entre una estrategia de resistencia civil al más fiel estilo de 2006, o de inaugurar una nueva etapa de utilización de las instancias judiciales para hacer valer sus argumentos de nulidad. Si Morena se decide a luchar en los tribunales electorales, tal vez logre en alianza con el PAN un resultado favorable a sus intereses. O si sus argumentos no dan para revertir el resultado, tendrá la oportunidad de mostrarse ante la ciudadanía del país como una fuerza respetuosa de las instituciones electorales que, con todos sus defectos, nos ha costado tanto construir.

En el PRI, ¡cuidado con las campanas al vuelo! Dos de tres gubernaturas no serían malas cuentas, pero puede ser un espejismo si no se dimensionan adecuadamente: en los estados en los que ganaron, el PRI y sus aliados electorales apenas rebasaron el 30% de la votación. Coahuila sigue en ascuas. En el Estado de México ganó, pero de panzazo. Una revisión de los resultados de la votación muestra que, además del “voto duro”, pudieron captar el “voto útil” de panistas que vieron perdida la causa de su candidata. En Veracruz no logró remontar la crisis que lo llevó a perder la gubernatura. Perdió Nayarit por la máxima diferencia de esta jornada, 12 puntos, con la coalición PAN-PRD. Aun así, el PRI podrá llegar a su asamblea de agosto mucho más tranquilo que si hubiera sido derrotado en este proceso. El proceso interno de postulación de candidat@ a la presidencia de la república es el “salto de la muerte”, sobre todo si se pretende operar a un viejo estilo, que el tiempo se ha encargado de demostrar inoperante.

No es aventurado señalar que el domingo pasado es espejo para mirar el 1 de julio de 2018. Sobre todo en los resultados con diferencias mínimas. Viene entonces la pregunta sobre la pertinencia de la “segunda vuelta” electoral. Hasta hace muy poco la hubiera desechado sin más. No sé si haya tiempo político para discutirla, diseñarla y aplicarla el año próximo. Por ejemplo, si existiera ahora en el Estado de México, en un lapso breve, un mes quizá, Alfredo del Mazo y Delfina Gómez, los dos candidatos más votados, se enfrentarían nuevamente en las urnas. Son dos partidos, dos proyectos políticos y dos visiones distintas y contrastantes. Quizá valga la pena intentarlo para la elección del próximo año. Sobre esta cuestión profundizaré la próxima semana.— Mérida, Yucatán.


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