Edificios y ángeles. Desarrollo integral sostenible

Dulce María Sauri Riancho
Madres y abuelas conocemos la incesante actividad de los ángeles de la guarda. Niñas y niños traviesos, una y otra vez los ponen constantemente a prueba, que superan casi siempre. Así sucedió en Mérida, hace unos días, cuando un pequeño de cuatro años cayó desde la ventana del tercer piso de un edificio. Sorprendido por los gritos del menor, un albañil vio el momento en que perdía el equilibrio y se precipitaba al suelo, del que se levantó aparentemente con sólo unos raspones en las rodillas. Desde luego, llamaron a la ambulancia que se presentó con oportunidad y, tras complicadas maniobras, finalmente el accidentado llegó al hospital O’Horán, donde se certificó médicamente lo que podríamos calificar como “milagro”.

No sólo fue el feliz resultado de esta historia lo que llamó mi atención. Fueron, lo confieso, las fotos de los edificios de departamentos que ilustraban la información. Rasqué en mi memoria y en la web para refrescar mis datos sobre este tipo de vivienda vertical. Desde el inicio del gobierno de Enrique Peña Nieto, las autoridades federales de la Sedatu han estado impulsando este tipo de desarrollos, como una manera de “densificar” la ocupación urbana, para que en ciudades como México, Puebla y Guadalajara, por citar algunas, los trabajadores y sus familias no tengan que desplazarse grandes distancias para llegar a su centro de trabajo. Al mismo tiempo, el gobierno se compromete a dotar a estas grandes unidades habitacionales de escuelas, desde kínder hasta preparatoria, así como de superficies arboladas, parques y otras maravillas para hacerlas lugar de vida digna. Allá, montañas, ríos y barrancos limitan la expansión de la mancha urbana. En el caso de Mérida, el propósito es contener el acelerado crecimiento horizontal, para lo cual el gobierno adquirió los terrenos que utilizó Cemex como banco de materiales, al sur del aeropuerto. Traspasados a un particular, el año pasado se inauguró en ese sitio el fraccionamiento “San Marcos”, como el primer desarrollo integral sostenible (DUIS) de Mérida. Consiste en un complejo de edificios de departamentos de cuatro y cinco pisos, financiados con créditos preferenciales de Infonavit y destinados a la población de menores ingresos, pues cuestan (costaban) entre 180 mil y 230 mil pesos. En una superficie entre 46 y 62 metros cuadrados, se ofrecen viviendas con una o dos recámaras, un baño, sala-comedor y cocina.

¿Qué puede incentivar a una familia a adquirir un departamento en vez de una casa? Quienes deciden aplicar su opción de crédito en estos edificios responden a la presión de los promotores que, con argumentos falaces, muchas veces se aprovechan del desconocimiento de los trabajadores sobre el mercado inmobiliario, incluyendo seductoras promesas de posibles rentas —“se paga solo”— y la justificada ansia de fincar un patrimonio para los hijos. El arte de la convivencia en una vivienda vertical es complejo: zonas de lavado y tendido colectivas; elevadores descompuestos y pasillos sin ventilación ni luz; escaleras y áreas comunes en que la conservación es tarea de todos y de nadie. El mexicano nunca termina de construir su casa; sin embargo, en este tipo de desarrollos, prosperar significa vender o abandonar el departamento. En cambio, una vivienda individual, inicialmente igual de pequeña, aun en su diminuto terreno tiene la posibilidad de crecer: cochera, el baño, segundo piso, un pequeño patiecillo e incluso un lugar para el infaltable árbol de limón.

En otra ocasión he alertado sobre la conformación de auténticas “bombas sociales” en estos desarrollos de tipo vertical. Que crezca Mérida hacia arriba en los edificios del norte, con condominios más costosos que cualquier residencia, es cuestión de costumbres y de dinero. Pero imponerle este tipo de desarrollo a los más pobres y vulnerables, a quienes además se les priva de la esperanza de hacer que su casa “crezca” en un futuro, es socialmente imperdonable. Las autoridades estatales y municipales que se han dejado llevar por el espejismo de la redensificación deberían imaginar si dentro de 20 años se sentirán orgullosas porque la gente que entonces viva ahí esté feliz y con un patrimonio acrecentado. Decir “nos equivocamos” no compensará los daños, consecuencia de permitir que sobre las personas prevalezcan los intereses de especuladores urbanos, que se ocultan tras los “chiquilotes” y los supuestos “desarrollos sustentables”.

Señora secretaria de la Sedatu: Mérida no es Guadalajara ni la ciudad de México. La casa que “crece”; la ventilación cruzada; el patio con naranja agria; las hamacas a la mano y la silla en la calle para “tomar el fresco” son tradiciones que fortalecen la cohesión social y, como dice el comercial, “no tienen precio”. Pregúntese, por favor, si el “interés social” tiene qué ver en esta ciudad con los edificios de departamentos; si defender a los más vulnerables significa domar a los especuladores del suelo urbano, en vez de complacer sus ambiciones de lucro.

Por lo pronto, le informo que en San Marcos, noveno DUIS del país, el vehículo de socorro no pudo acceder hasta el sitio del accidente; que los socorristas llevaron al niño en camilla por más de una cuadra, por la falta de vías adecuadas para el movimiento de vehículos de emergencia. ¿Cómo harán su mudanza los vecinos? ¿Y si tuvieran que entrar los carros de bomberos? No les demos más trabajo a los ángeles de la guarda, ni de niños ni de adultos.— Mérida, Yucatán.

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