Violencia obstétrica. Cesáreas innecesarias

Dulce María Sauri Riancho
El 25 de noviembre se conmemora en muchas partes del mundo el día contra la violencia hacia las mujeres. Foros de reflexión, denuncias, análisis de programas y políticas públicas para evitarla, sancionarla y atenderla forman parte de la agenda del día y refuerzan la determinación de la sociedad para combatir aquello que no es otra cosa que abuso de poder. En este marco, quisiera comentar algunas cuestiones relacionadas con lo que se denomina “violencia obstétrica” que, como su nombre lo indica, afecta la dignidad y el respeto hacia las mujeres en uno de sus momentos de mayor vulnerabilidad, durante el embarazo y el parto, o cuando intentan ejercer su derecho a la salud sexual y reproductiva.

Existen múltiples formas de este tipo de violencia, que pueden ir desde negar información amplia y suficiente para tomar las mejores decisiones sobre métodos anticonceptivos, hasta imponer decisiones médicas sin el consentimiento informado sobre asuntos tan delicados como implantación de dispositivos intrauterinos, ligadura de trompas y uno, cada vez más frecuente, el de las cesáreas innecesarias.

“Call the midwife”, “Llamen a la partera”, es una serie de la BBC sobre un grupo de monjas y enfermeras en el convento de San Ramón Nonato, ubicado en un barrio popular del este de Londres, a mediados de la década de 1950. El relato, basado en las memorias de Jennifer Worth, nos conduce a la intimidad de las familias trabajadoras de los muelles londinenses, cuando todavía las mujeres tenían numerosos hijos, pues la píldora anticonceptiva era desconocida. La pobreza y la privación de muchas comodidades no eran obstáculo para que el grupo de parteras efectuara controles prenatales en los humildes hogares de las madres y prepararan lo necesario para asistir al nacimiento en casa. El traslado al hospital para dar a luz era una excepción, al igual que las intervenciones por cesárea.

Todavía en pleno siglo XXI muchas mujeres europeas continúan dando a luz asistidas por una partera o comadrona; la intervención del personal médico es rara, pues la mayoría de los casos se resuelve mediante parto natural. Las cosas no son así en México. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012, existe una elevada recurrencia de cesáreas. Cuando la Organización Mundial de la Salud (OMC) establece que sólo 15 de cada 100 partos deben resolverse mediante esta operación, en nuestro país casi la mitad de los nacimientos se efectúan por esta vía. ¿Qué sucede? Comparto mi experiencia de madre y abuela, cuando en Tampico acompañé a mi hija y a mi yerno en vísperas del nacimiento de mi nieta.

Eran las 10 de la noche cuando el ginecólogo nos recibió a los tres. Mi hija había comenzado a dilatar y, como primeriza, sus contracciones eran irregulares en intensidad y duración. El ultrasonido mostró que el nivel del líquido amniótico había descendido, por lo que el médico solemnemente nos planteó la disyuntiva: seguir esperando a un parto natural, con cierto riesgo, o proceder de inmediato a la operación cesárea. El poder del doctor está en función de la confianza que en él depositamos. Cuando dijo “riesgo”, las alarmas se encendieron y los padres decidieron que mi primera nieta viniese de inmediato: una cesárea a las 11:30 de la noche, en la víspera del cumpleaños del doctor que la recibió.

Siempre me ha quedado la duda de si la espera por el parto natural hubiera perturbado el festejo del día siguiente; si los modernos métodos del ultrasonido brindan evidencia diagnóstica de la que no disponían los médicos de antes, que pedían esperar, mientras vigilaban el proceso.

Las maniobras para desatar el cordón umbilical enredado en el cuello del bebé formaban parte de las habilidades de los obstetras; ahora, el ultrasonido aconseja operar de inmediato.

Decidir tener al bebé en casa, con la asistencia de una comadrona, es poco menos que imposible. Una amiga lo hizo; la partera tradicional de una comunidad la asistió en un proceso lleno de tranquilidad y satisfacción para los padres y el recién llegado, pero después, cuando intentaron registrarlo, tuvieron que peregrinar por las distintas oficinas del Registro Civil, pues era inconcebible para los funcionarios que una estudiante de Doctorado hubiera dado a luz en su casa; que podía haber robado al niño, porque una simple partera no podía dar cuenta de su legal nacimiento, entre otras telarañas de una trama que ha ido construyéndose para que la experiencia de parto tenga forzosamente que vivirse en hospitales.

Un cuidadoso control prenatal, como el que brindan las parteras de la serie “Call the Midwife”, permite asegurar la salud de la madre y la criatura; también propicia que la naturaleza desate sus mecanismos. En vez de la herida de la cesárea, una rápida recuperación hace más fácil las cosas para la nueva mamá, entre otras, la lactancia del bebé. Salir rápidamente del hospital, como se puede hacer con un parto natural, es importante para evitar infecciones intrahospitalarias, desafortunadamente cada vez más frecuentes. Las cesáreas salvan vidas, sí, pero pueden complicarlas cuando traen al mundo bebés con inmadurez pulmonar y una mayor fragilidad para enfrentar sus primeras horas.

Fui madre tres veces, con parto psicoprofiláctico las dos últimas. En mi generación nos enseñaron a controlar el dolor de las contracciones y a estar plenamente consciente cuando el milagro del nacimiento ocurría. No ha sido así con la generación de mi hija. ¿Cesáreas por comodidad del médico y temor al dolor por parte de la madre? ¿Por la cobertura de los seguros médicos? ¿O por necesidad? En este 25 de noviembre, vale la pena detenerse a reflexionar sobre el tema.— Mérida, Yucatán.


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