Uber e Independientes. Política colaborativa
Dulce María Sauri Riancho
Hace
unas semanas, en plena euforia electoral se dio una manifestación en la avenida
Reforma de la ciudad de México. La copiosa concentración no exhibía los
habituales rechazos a la reforma educativa ni se congregó para demandar obras o
servicios en las olvidadas colonias populares de la zona metropolitana. La
protesta fue dirigida contra Uber, un nuevo servicio que a juicio de los miles
de taxistas que integraron la marcha les está ocasionando un grave daño en su
actividad, pues les quita clientes y generan una competencia “desleal”. Por si
no fuera suficiente para despertar nuestro interés, ayer publicó el Diario unas
declaraciones del director de Transporte del gobierno del Estado donde hacía
referencia a la entrada de un servicio semejante en Mérida, destacando su
potencial violación de las normas legales establecidas. Cuando miles de
yucatecos se aprestan a iniciar las vacaciones de verano nos encontramos con
otras siglas, Airbnb, que abren la puerta para contratar departamentos o casas
en otros países por unos días, en vez de llegar a los tradicionales —y más
caros— hoteles. Y si se trata de la experiencia gastronómica, el periodista
Jorge Ramos nos compartió la existencia de un sitio: Eatwith.com, que permite
cenar en casas particulares de varias ciudades del mundo; por bastante menos de
lo que cuesta una comida en un restaurante, el anfitrión te cocina una comida
completa, que compartes con otras personas, extraños para ti hasta esa noche.
Taxis,
hoteles, restaurantes, como es de comprender, se sienten amenazados por la
emergencia de una nueva forma de contratar y consumir bienes y servicios. Se le
llama “economía colaborativa”. La base de esta nueva forma de intercambio
económico está en las tecnologías de la información y las aplicaciones
desarrolladas para poner en contacto directo al oferente con quien requiere el
uso de algún bien o un tipo de servicios en forma temporal. Se trata de algo
que va más lejos que los grandes sitios de compra y venta por internet, como
amazon.com o mercadolibre.com. La economía colaborativa se percibe como parte
de una estrategia innovadora para encarar la crisis. No es gratuito que estas
iniciativas hayan surgido en los países desarrollados al calor de la grave
crisis económica y financiera de los últimos siete años.
El
punto central de esta nueva forma de relación económica se encuentra en el
acceso a bienes y servicios sin ser necesaria la propiedad de los mismos.
Estamos
en presencia de un cambio no sólo económico, sino también cultural, que exige
revisar el concepto de la propiedad y tal vez, quizá, el mismo sentido de la
intimidad. Abrir tu hogar a personas desconocidas para una cena; alquilar tu
querida casa de la playa, incluyendo lancha, a una pareja que viene de lejos;
marcarle a un servicio de transportes en que un desconocido te recoge en la
madrugada y te lleva a tu destino exige un elevado grado de confianza. Y ésta
es, a mi juicio, la principal transformación.
¿De
dónde proviene el razonable grado de certidumbre de que el conductor no te
asaltará; de que los comensales no se llevarán los cubiertos de plata; o de que
la comida acordada será en verdad una experiencia memorable por su exquisitez y
no por el abuso? Ni más ni menos que de la propia red digital donde se presenta
el perfil de quien otorga o alquila.
Como la
red aguanta todo, tenemos derecho a desconfiar de una hermosa descripción de un
departamento en Nueva York, que luego resulta una pocilga. De allá la
importancia de las valoraciones y referencias añadidas por otros usuarios, por
lo que previamente al contrato, podemos conocer buenas y malas experiencias y
tomar la decisión. Este importante cambio enfrenta desde luego poderosas
resistencias que provienen de la desintermediación que provoca. Significa que
las organizaciones establecidas, las que tradicionalmente han realizado la
función de “puente” entre la oferta y la demanda, se sienten amenazadas ante la
posibilidad de perder clientela, por lo que acusan de “competencia desleal” a las
nuevas plataformas digitales. También causan gran incomodidad al gobierno, no
sólo por los airados reclamos de los establecidos, sean estos gremios de
taxistas, cadenas hoteleras o agencias de viajes, sino por la indefinición
sobre los impuestos: hospedaje, IVA, etcétera, que supuestamente dejarían de
percibir.
Pero el
cambio llegó para quedarse. Las nuevas plataformas digitales y el internet
ponen en contacto directo a los demandantes de servicios con quienes pueden
ofrecerlos, a mejor precio y calidad. Este reto ha motivado a revisar la
actuación de quienes se sentían sin competencia alguna, y a mejorar su oferta.
Lo
mismo pasa en la política, en que las candidaturas independientes de los
partidos políticos son vistas como una especie de Uber, al que le pretenden
cerrar las puertas con una legislación que las haga virtualmente imposibles,
primero para 2016 y las 12 gubernaturas en juego y después para 2018, hacia la
presidencia de la república.
De la
economía colaborativa a la política “colaborativa”, que enlace directamente a
ciudadanos con candidatos, hay un solo y complicado paso, del cual hablaremos
en próxima ocasión.— Mérida, Yucatán.