La llegada de Alvarado

Dulce María Sauri Riancho
“… El 19 de marzo de 1915 el general sinaloense Salvador Alvarado entró a Mérida al frente de 7,000 soldados con sus uniformes color caqui, rifles en mano y carrilleras cruzadas. El contingente marchó por las calles de la ciudad, acompañado del huach, huach… sonsonete del rechinar de las suelas de sus botas cuando marchaban por las vías meridanas pavimentadas por las últimas administraciones porfiristas…”. Cien años después, actuación y memoria de Alvarado en Yucatán continúan provocando polémicas entre académicos y especialistas, además de un sector de la sociedad cuyos padres y abuelos vivieron esos turbulentos años.

El debate sobre si la Revolución en Yucatán “vino de fuera” o si ya había un sólido movimiento encaminado a cambiar la situación imperante en el régimen porfirista sigue encendiendo los ánimos. Los primeros sostienen que sólo al arribo de Alvarado como gobernador y jefe militar fue posible la aplicación de medidas revolucionarias; lo que significa que antes de esa fecha se mantenía la paz y el control porfirista, prolongado aún después de la caída del dictador. La otra corriente plantea que Alvarado encontró a una sociedad movilizada, que había luchado contra la reelección y por la apertura, ante la política de cerrazón que caracterizaba al régimen. Dicen con argumentos que José María Pino Suárez, gobernador de Yucatán con licencia, fue invitado por el propio Francisco I. Madero para acompañarlo como vicepresidente, lo cual demostraba el vigor de la lucha antirreeleccionista local. Que el anarquismo de los Flores Magón tuvo en esta tierra la participación decidida de Tomás Pérez Ponce y Carlos Escoffié; que las escuelas rurales y la educación laica fueron iniciativas de la Liga de Acción Social al principiar el siglo XX, entre otros ejemplos. Además, en la memoria popular estaba sólidamente enraizada la “primera chispa” revolucionaria, acontecida en Valladolid, el 4 de junio de 1910.


Medida en cuota de sangre, tal vez le faltó a Yucatán el componente de las grandes batallas que enfrentaron al ejército federal y a los antirreeleccionistas en 1911; o los enfrentamientos entre zapatistas y villistas con los constitucionalistas, para recibir el reconocimiento de la historia oficial como una entidad revolucionaria desde la fase temprana. La prevención social yucateca contra la violencia provenía de la terrible conflagración que asoló a la Península por más de 50 años, entre 1847 y 1902, la Guerra de Castas, que entre hambrunas, violencia y emigración, ocasionó la pérdida de más de la mitad de sus habitantes.

El auge de la exportación de la fibra de henequén para confeccionar los hilos que hacían funcionar a las máquinas cosechadoras en Estados Unidos había brindado a Yucatán una extraordinaria prosperidad económica que lo hizo atractivo a los grupos en disputa por el poder presidencial. Así, huertistas primero y constitucionalistas después, trataron de controlar militarmente al estado para imponer préstamos a comerciantes y hacendados y además recaudar los cuantiosos impuestos provenientes del comercio exterior. Para Carranza y los constitucionalistas era prácticamente la única fuente de dinero fresco que les permitía sostener a su ejército, ante el colapso de la minería y el peligro que representaba “apretarle” a las compañías petroleras extranjeras que operaban en el Golfo de México. Los dos primeros enviados carrancistas recaudaron poco y a duras penas. Entonces, el jefe nombró a Salvador Alvarado gobernador y comandante militar de Yucatán, con la instrucción expresa de recaudar lo máximo posible para alimentar a sus exhaustas arcas.

Para cumplir su encomienda, Salvador Alvarado tenía que enfrentar la rebelión del coronel Abel Ortiz Argumedo, quien explotó el sentimiento regionalista yucateco para armar la resistencia al ejército constitucionalista. Cientos de jóvenes de Mérida fueron reclutados. Sin experiencia alguna en el manejo de las armas, fueron enviados a enfrentar a las fogueadas huestes constitucionalistas, en tanto que el instigador Ortiz Argumedo, huía después de saquear los fondos de la Reguladora del Mercado del Henequén, del Banco Peninsular y de apoderarse de los préstamos forzosos que habían entregado los hacendados.

Habrá oportunidad en los próximos meses de analizar la actuación de Salvador Alvarado como gobernador de Yucatán durante los casi tres años que duró su mandato. Fue un visionario y actuó como hombre de Estado, en una época que hubiera sido mucho más fácil limitarse estrictamente a cumplir las órdenes de lograr la máxima extracción de dinero para la causa constitucionalista. Su legado jurídico perdura hasta el día de hoy. Su visión sobre el desarrollo de Yucatán en la que domina la perspectiva regional y la diversificación económica, se mantiene actualizada -e incumplida- hasta la fecha. Como toda actuación en una etapa de grandes cambios, su desempeño y los resultados de su gobierno están sujetos a debate y revisión. No creo exagerar cuando afirmo que Carranza, su gobierno y la Constitución de 1917 fueron posibles en buena medida gracias al dinero de Yucatán. Así que cuando alguna vez traten de endilgarnos la etiqueta de “estado subsidiado” que vive de los recursos federales, aparte de que no es cierto, si lo fuera sería únicamente por justa reciprocidad del crucial periodo 1915-1918.


PD.Olla de presión. La caza del primer error para justificar el despido de Carmen Aristegui de MVS, además de vulnerar la libertad de expresión cierra una más de las pocas vías de salida de la disidencia y crítica a la actuación de los gobernantes. No sea que tanto vapor acumulado concluya en un estallido, impensado por la élite como lo fue en 1910.- Mérida, Yucatán.

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