Reforma energética concluida, ¿Para bien, para mal?

Dulce María Sauri Riancho
Recién concluyó el proceso legislativo en materia de energía. Fueron aprobadas siete leyes nuevas y numerosas más requirieron ajustes y adecuaciones para obtener un marco normativo que permita poner en operación la que es quizá la reforma más profunda en materia económica de las últimas décadas. Desde la perspectiva de una legislación calificada por sus promoventes como “moderna y avanzada”, México estaría listo para participar en los mercados energéticos internacionales y obtener como país los beneficios de los recursos naturales existentes en su territorio.

Como en muchas cosas en la vida y la política, “del dicho al hecho hay un gran trecho”. Y la distancia enorme está abierta, en primer término, por los cambios en las políticas energéticas mundiales, el creciente uso de energía “limpia”, como las que provienen del aire, del sol y del agua, incluyendo la geotermia. Además, el gas natural proveniente de la fracturación hidráulica (fracking), ha creado una revolución energética en los Estados Unidos que, en medio de serios cuestionamientos ambientales, se está abriendo paso como una especie de “Santo Grial” para reducir la dependencia norteamericana del petróleo extranjero. Consecuencia de lo anterior es que el consumo mundial de petróleo como combustible se reduce y que, cada vez más, compite con otros energéticos. No esperemos largas filas de inversionistas decididos a producir petróleo en pozos de aguas profundas, mucho menos a arriesgarlo en una exploración costosa y con alto riesgo de fracaso.

Los riesgos del cambio para Pemex son muy elevados. Principal proveedora de ingresos para el gobierno federal -alrededor del 40% del total-. Pemex fue sobreexplotada por el gobierno. La reforma trae cambios, algunos tardíos, porque la empresa se encuentra seriamente lastimada por deudas y por la falta de inversiones. Sin embargo, las finanzas públicas no pueden darse el lujo de que Pemex registre una muerte súbita a raíz de la reforma. Por eso el gobierno ha generado medidas de auxilio para su supervivencia, al menos por un tiempo. Discusión aparte sobre prácticas corruptas de su organización sindical es la razón fundamental para absorber los llamados “pasivos laborales”, que son los compromisos de la empresa con las pensiones y jubilaciones de más de cien mil trabajadores. Una de cal y otra de arena: aligeran el peso, pero al mismo tiempo el gobierno le carga la mano. Antes, cuando la petrolera mexicana ofrecía bonos de deuda en los mercados internacionales, el incentivo de los inversionistas radicaba no sólo en las atractivas tasas de interés que ofrecía, sino en que su inversión estaba protegida por el mismo gobierno de México. Ahora, Pemex quedará librada a sus propias fuerzas. No se necesita ser especialista para pronosticar que le costará mucho más la obtención de recursos.

Otra gran interrogante tiene que ver con el cambio en materia fiscal que conlleva el nuevo régimen. Pemex tendrá un nuevo tratamiento, puesto que era insostenible que el gobierno continuara quitándole el 70% de sus ingresos anuales. Ninguna petrolera en el mundo invertiría un solo peso si se le tratara de igual manera que a Pemex. En consecuencia, la porción de la renta petrolera que ahora se compartirá con los particulares tendrá que ser sustituida en el presupuesto federal por más impuestos o más deuda. Por la parte impositiva, la sociedad ya no da más. Estamos viviendo las consecuencias de una reforma fiscal que aumentó temporalmente la recaudación a costa del crecimiento de la economía y del bienestar de las familias. Pero ¿cómo disminuir las participaciones a estados y municipios como consecuencia de la caída en la recaudación de recursos petroleros? ¿Cómo hará el gobierno para gastar menos? Inimaginable, más aún en año electoral como será 2015. Queda el déficit público, camino tortuoso que no ha conducido a buenos resultados en el pasado.

Para la mayoría de los yucatecos, la reforma energética se asume como algo lejano y sus beneficios, como una más de las promesas incumplidas, sobre todo cuando se confrontan con los “gasolinazos” periódicos que han llevado el precio de la gasolina magna a casi $13. Por lo pronto, más vale que comencemos a familiarizarnos con nombres de compañías extranjeras, significativamente de aquellas conocidas como “las Siete Hermanas” de la industria petrolera. Reducidas a cuatro megacorporaciones: Exxon, Chevron, Shell y British Petroleum (de triste memoria por el terrible derrame en el Golfo de México), tan pronto como en 2016 las encontraremos participando en el atractivo mercado de las gasolineras, donde además de vender el combustible podrán importarlo desde sus refinerías ubicadas en distintas partes del mundo. Adiós al sueño guajiro de construir refinerías en suelo mexicano. Esperemos que no se contagien de la ancestral costumbre de expender litros incompletos y otras prácticas nocivas que la Profeco no ha podido eliminar.


Con mayor intensidad que en telecomunicaciones, educación y otras reformas de gran magnitud recientemente aprobadas, en materia energética no habrá marcha atrás posible en cuanto comience a ser aplicada. El tamaño de los intereses económicos en juego y el origen de los posibles participantes así lo hacen presumir. Abrimos la puerta. Nada volverá a ser igual. ¿Para bien, para mal…?- Mérida, Yucatán.

Entradas populares de este blog

2010: entre augurios y premoniciones

Yucatán: fortalezas, debilidades, amenazas, oportunidades

Vieja virtud: "Veo, oigo y ¿callo?