El crecimiento vertical de Mérida

Dulce María Sauri
Un gran plano encabezaba la nota del Diario de Yucatán el martes pasado: “Mérida, de verde a gris”. En pocas palabras, narraba lo acontecido con la ciudad de “palmeras y veletas”, esas que han quedado desplazadas por la mancha de cemento que cubre amplias extensiones del área urbana.
El libro producido conjuntamente por la Escuela de Arquitectura de la Universidad Anáhuac-Mayab y el Instituto de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap), constituye una seria llamada de alerta ante una situación que amenaza la calidad de vida de todos los habitantes de la capital del Estado. El llamado “déficit verde” se acentúa en los nuevos fraccionamientos de viviendas de interés social, donde los parques y jardines arbolados brillan por su ausencia.
Desde que se construyó el fraccionamiento Pacabtún a finales de la década de 1970, por los cuatro rumbos cardinales de Mérida han surgido desarrollos habitacionales financiados fundamentalmente con recursos del Infonavit.
Y se ha anunciado el arranque de un nuevo megaproyecto en el municipio de Ucú. Se intenta abatir el rezago de vivienda de la población trabajadora, la que tiene derecho por sus cotizaciones a recibir un crédito y a adquirir una casa. Como la mayoría de los yucatecos gana menos de dos salarios mínimos, el tipo y tamaño de la construcción debe responder a estas modestas posibilidades.
Ante este panorama, es posible pensar que el problema de la falta de áreas verdes tiene solución relativamente fácil; que basta con hacer cumplir la norma a los desarrolladores y que el municipio -y en algunos casos, el Estado- construya y mantenga los parques y jardines. Pero las cosas no son tan sencillas. Hay dos elementos que es necesario examinar con detalle para dimensionar el tamaño del reto que tiene ante sí el desarrollo de Mérida.
El primero de ellos tiene que ver con el fenómeno creciente de casas vacías. “Mérida Metropolitana. Propuesta integral de desarrollo”, elaborado por la Fundación Plan Estratégico de Mérida, señala que en la zona metropolitana de la ciudad capital ¡quince de cada cien viviendas están desocupadas! Este porcentaje sube hasta un alarmante veintidós por ciento para Kanasín, municipio donde se han edificado los desarrollos habitacionales de calidad más deficiente en los últimos años.
¿Qué lleva a una persona a adquirir una casa y a no ocuparla? Varias pueden ser las respuestas. Algunos lo han hecho como una forma de ejercer su crédito de vivienda, creyendo que al no hacerlo, perderán una oportunidad. Otros más la compran con la determinación de instalarse, pero resulta que está muy lejos del trabajo o de la escuela de los hijos; que gastan mucho en transporte, que faltan servicios o que la seguridad es deficiente. Y prefieren regresar a su anterior vivienda, así haya sido de alquiler, o volver de “arrimados” a casa de algún pariente.
Pero, ¿hay demanda real de casas para los fraccionamientos de interés social? ¿Se deben abrir nuevos desarrollos, cuando todavía algunos como Ciudad Caucel, tienen todavía grandes superficies por construir? Y sobre todo, ¿se ha analizado el fenómeno de casas desocupadas en los nuevos fraccionamientos de la zona metropolitana de Mérida?
El otro desafío es el relativo al cambio de política acerca de los desarrollos de vivienda financiados por Infonavit. El instituto está agobiado por los problemas de encarecimiento de la tierra que ha llevado a instalar grandes conglomerados de casas-habitación de interés social muy distantes de las ciudades: esta lejanía ha motivado el abandono de muchos predios, que han sido objeto de robos y vandalismo.
Parece que la solución pasa por lo que se llama “densificación”, que en buen castellano significa hacer edificios de departamentos, en vez de casas o dúplex. Sólo si se cumple con ese requisito podrán los desarrolladores recibir el subsidio gubernamental para la vivienda de interés social.
Ahora bien, una determinación de esta naturaleza afectará gravemente la calidad de vida para amplios sectores de la población de Mérida. A los temas del clima, las costumbres de la hamaca y de la falta de áreas verdes, se le sumará el entierro de la esperanza de muchos adquirientes de casas populares para hacer que su vivienda crezca: un nuevo cuarto, un segundo piso.
Los mexicanos, en especial los yucatecos, nunca terminamos de construir la casa; siempre hay razón para aumentar, modificar, mejorar. Es una forma de ahorro familiar que se traduce en bienestar colectivo. Si no ponemos un alto, las grises planchas de cemento que se extienden sobre el suelo, ahora lo harán también hacia el cielo meridano. Más pronto que tarde, esas concentraciones podrán motivar comportamientos sociales indeseables para la sana convivencia.
Sería poco responsable anteponer los intereses de los desarrolladores de vivienda popular, por más legítimos que sean, a los de la sociedad en su conjunto. Mérida no lo merece; no lo necesita. Tiene otro futuro, mucho mejor, si sabemos enfrentar estas medidas y superarlas con propuestas “verdes”, “azules”, “rojas”, de todo el arcoiris para ser una ciudad vivible y amada por sus habitantes.- Mérida, Yucatán.

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