Entre escepticismo y esperanza


Dulce María Sauri Riancho

Gobernador en el alambre

Si como decía don Jesús Reyes Heroles “la forma es fondo”, el lunes 1 de octubre asistimos los yucatecos al inicio de un cambio en la visión y el estilo de gobernar. Acorde con las recientes reformas a la Constitución de Yucatán, el nuevo gobernador no rindió protesta, sino “compromiso constitucional”, que es lo mismo, pero traducido al lenguaje jurídico en boga. A esto le sumamos que el evento comenzó casi a tiempo, cuando lo usual durante cinco años fue la impuntualidad en los distintos actos públicos.

El discurso inaugural conjugó tres elementos: lo que habrá de conservar de la administración que concluye, lo que tendrá que reconstruir y lo que se propone innovar. En cuanto a lo que habrá de preservar de su antecesora, destaca como único punto la seguridad, tan importante para la población de Yucatán. El secretario de Seguridad Pública fue ratificado en su cargo, como una garantía de que lo que bien se hizo, se reconocerá y fortalecerá en el futuro inmediato. Hasta allá.

Zapata Bello propuso un cambio de rumbo. No lo dijo con esas palabras, no era necesario. Pero reconocer el estado desastroso en que se encuentra el campo yucateco y el compromiso de una acción institucional urgente para rescatarlo dice mucho del abandono y desidia que caracterizaron a la administración saliente en este rubro. Al proponer una nueva orientación de la política social, dijo adiós -eso espero- a la estrategia del reparto de cosas -zapatos, cobertores, láminas de cartón, etcétera- que conformó durante cinco años la sustancia de las acciones gubernamentales para abatir el rezago y la marginación. En cambio, ofreció una estrategia basada en la salud, combate a la pobreza y empleos de calidad. En el renglón productivo, destacó al turismo, las exportaciones y el impulso a la plataforma logística para fomentar el crecimiento económico de la entidad.

Fue en la descripción del futuro ejercicio de gobierno donde se sintió más claramente el propósito de reconstrucción de una imagen deteriorada por la frivolidad y el dispendio. El nuevo titular del Ejecutivo yucateco comprometió un gobierno “austero y disciplinado”, en el que campee la “rigurosa honestidad” y se combata “ferozmente” a la corrupción. Estas palabras deben haber causado incomodidad y tal vez preocupación entre los funcionarios salientes, pues de llevarlas al terreno de los hechos se traducirían en investigaciones y procesos criminales contra más de uno. “Hay mucho qué hacer en la reducción del gasto no esencial”, dijo. Y haciendo gala del cumplimiento inmediato de este compromiso, convocó al día siguiente, martes 2, a la presentación del “Programa de Ajuste Financiero y Nueva Cultura de Austeridad en el Gasto Público”. No hay que olvidar que, a diferencia de su antecesora, de esto Zapata Bello sí conoce, pues fue secretario de la poderosa Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, con el hoy famoso Luis Videgaray como presidente de la misma. Pero las cuestiones de reconstrucción gubernamental no quedaron allá: anunció el gobernador una “… profunda reforma y reorganización de la administración pública estatal, que tenga como eje el adelgazamiento de las estructuras gubernamentales…”.

Como un equilibrista en el alambre de las palabras y con la gobernadora saliente a un lado, Rolando Zapata trazó el perfil propio de la administración que encabeza desde el 1 de octubre. Tendrá, dijo, como principio “ancla” el de un gobierno realista: “… que no sueñe una realidad inexistente o viva de un ideal inalcanzable…”. Atrás quedó la mercadotecnia vacía de “tejer”, “apadrinar” o volver a Yucatán “tierra de sueños”, muchos de los cuales se convirtieron en pesadillas de incumplimiento. Continuó el deslinde con el pasado inmediato al expresar que su gobierno no ofrecerá lo que no pueda hacer ni asumirá gastos y compromisos financieros que no pueda sostener. Aún hay más: comprometió un gobierno “… que termine todo lo que inicia…”, lo que significará el fin de las “primeras” -y únicas- piedras; que entienda “perfectamente” que el realismo es lo que le da (al gobierno) seriedad y credibilidad.

La innovación más trascendente anunciada en el discurso inaugural de Zapata Bello se refiere a la manera como se propone construir las relaciones entre su gobierno y la sociedad yucateca. Asumió el compromiso de construir “con todos”, no sólo para todos, en una actitud abierta y proactiva a favor de la participación ciudadana. Habló del diálogo como sinónimo de gobernar y afirmó que la calidad del debate público califica la calidad de un gobierno. En lo que denominó su “credo político”, consignó sus creencias en la democracia de resultados, la libertad, la tolerancia y la cultura del éxito.

Una vez más sale a relucir el argumento del “beneficio de la duda” frente a un gobierno que empieza. La memoria me lleva a recordar otros discursos de inauguración que anunciaban nuevos y mejores tiempos, que conmovieron y lograron sembrar expectativas entre la población de México y de Yucatán. Pasaron los días y los años, y las palabras quedaron atrapadas en una realidad que abiertamente las contradijo. La invocación de Rolando Zapata al “optimismo perenne” de los yucatecos, “… a pesar de tener nublada el alma…”, me plantea una disyuntiva: hacerle caso a la razón, que me llama al escepticismo como forma de autoprotegerme frente a una potencial desilusión, o darme el lujo de abrir mi corazón a la esperanza. ¿Ustedes qué piensan, amigos lectores?

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