El melate y las elecciones


Dulce María Sauri Riancho

Confianza pública e impunidad

Uno de los placeres más intensos en mi infancia era acompañar a mi abuelita a comprar su “cachito” de Lotería y prestarle mis ojos para revisar cuidadosamente la lista del sorteo anterior en busca del ansiado premio o, al menos, del reintegro. Recuerdo que cuando alguien osaba hablar de “sorteos arreglados” de antemano, mi abuela se indignaba, pues tenía una fe ciega en aquella ánfora que giraba hasta escupir las esferas ganadoras anunciadas por los niños “gritones”.

Tal vez por estos antecedentes me cimbró la información sobre el fraude cometido con el Melate. Este sorteo forma parte de la serie de apuestas desarrolladas por Pronósticos Deportivos para contribuir a la recaudación de recursos para la asistencia pública en el país. Resulta que empleados de la institución organizadora de Melate se pusieron de acuerdo con algunos de los trabajadores de la empresa contratada para producir el concurso en los estudios que, ahora nos enteramos, no pasa “en vivo” sino que se graba y, minutos después, se retransmite por los canales de televisión pública. Así pudieron obtener los números ganadores y, antes de que el control maestro de Pronósticos cerrara el registro de ventas, apuntaron en sus boletas la combinación que les aseguraba recibir ¡160 millones de pesos!, pues hasta con los premios de Melate Revancha jalaron.

Pero la ambición rompió el saco cuando los mismos cómplices acudieron a hacer efectivo su millonario botín. Alguien de la institución se percató que los felices ganadores eran a la vez empleados del negocio de filmación y brotaron las sospechas. Una vez realizada la investigación, se dio con la red de cómplices en la misma institución de Pronósticos Deportivos que hicieron posible la realización del cuantioso fraude. Las cuentas bancarias de los “nuevos ricos” fueron intervenidas por las autoridades y la institución recuperó los recursos obtenidos ilícitamente. Sin embargo, el daño más importante e imposible de cuantificar fue a la credibilidad y confianza en el sistema de juegos y sorteos organizado por el gobierno en el país. Ahora, cada vez que veamos o escuchemos la transmisión de un sorteo, nos preguntaremos si es real o simulado, si los interventores de la Secretaría de Gobernación estarán cumpliendo realmente su función o si habrá un arreglo previo para distribuir los premios. Ya no digamos de los casinos, donde la tragedia del Royal en Monterrey reveló un abismo de corrupción y complicidad entre autoridades y empresarios.

Pero la historia del fraude a Melate -y a todos quienes cotidianamente “apuntan” sus números- no termina allá. Resulta que la defraudación a la confianza ciudadana es considerado como “delito menor” por el Código Penal Federal, por lo que los presuntos responsables afrontarán el proceso en libertad. Como además el dinero fue recuperado, tampoco tendrán que pagar para resarcir el daño patrimonial a la institución. Con una sanción tan irrelevante, podemos apostar que habrá -si es que no los hay ya- otros y más cuantiosos casos, pues el riesgo de ser descubiertos es pequeño y, si sucede, el castigo es mínimo.

Me pregunto en cuánto y en qué forma contribuye el ambiente social a la imaginación y realización de actividades delictivas en sectores y áreas de la convivencia colectiva que habían permanecido intocados por la inseguridad y la violencia. No tenemos que ir muy lejos. Aquí mismo, en nuestro tranquilo Estado, la confianza y seguridad colectivas son cuestionadas por los ladrones de bombas de agua en las parcelas, por los asaltos a las escuelas para despojarlas de los equipos de cómputo recién adquiridos, entre otros eventos que muestran la desaparición del respeto por lo ajeno, así sea un bien público al servicio de la colectividad. En estas mismas semanas, los vacacionistas de la costa pueden despertar con la desagradable sorpresa de que su lancha, su motor o su moto de agua han desaparecido del frente de su casa. Esta situación estacional para los vacacionistas, es parte de lo cotidiano para los pescadores y para los extranjeros que habitan las casas de la playa en invierno.

¿Por qué suceden estos cambios en la conducta de algunos que afecta al conjunto de la sociedad? En la complejidad de la respuesta destaca un factor: la impunidad. Suceden las cosas porque el riesgo de ser descubierto y sancionado es pequeño, en tanto que la recompensa es mayor. Y si sucede así en la política, cuando lo que importa al final es ganar, “haiga sido como haiga sido”, ¿por qué aspirar a que los integrantes de la sociedad se comporten en forma distinta en otras actividades, como la organización del Melate, o el respeto a los bienes de los demás? Por eso es importante seguir con atención las investigaciones sobre las irregularidades que todos los partidos, incluyendo el PRI, han presentado ante las autoridades sobre el reciente proceso electoral. De la forma como resuelvan los jueces del Tribunal Electoral y den cauce a las denuncias, dependerá en mucho si abonan a la parcela de la impunidad que nos agobia o si, de una vez por todas, ponen un verdadero correctivo que nos obligue a iniciar un cambio de rumbo.- Mérida, Yucatán.

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