Relevos generacionales y recambios partidistas. ¿Más de lo mismo?

Dulce María Sauri Riancho

Existe fundada expectativa en que el PRI ganará la elección presidencial en 2012. En la mayoría de los procesos locales triunfó y todas las casas encuestadoras les dan una clara ventaja a sus precandidatos en relación con los del PAN y del PRD.

En 2000 la derrota del partido en el gobierno por más de 70 años fue acompañada de la esperanza de un cambio a fondo en el país. El candidato Fox encarnaba la creencia de un importante grupo de la sociedad de que los problemas de México se resolverían en cuanto se lograra la alternancia, que en automático se impondría una nueva forma de hacer política.

Seis años más tarde, esa energía entusiasta que embargó a la ciudadanía se había disipado. En 2006, el PAN mantuvo la Presidencia de la República "haiga sido como haiga sido". El relevo generacional en el PAN -Felipe Calderón tenía 44 años al iniciar su sexenio- resultó cuestión irrelevante ante la magnitud de los problemas vinculados a la violencia y a la inseguridad.

De llegar Enrique Peña Nieto a Los Pinos en 2012, con 46 años, se habrá consumado en el PRI el recambio generacional que se inició en 1988 y que ya arraigó en los estados. Ahora quienes toman decisiones políticas de alto nivel son menores de 50 años. Sin embargo, los saldos de ese relevo no son necesariamente positivos, ni en el PAN ni en el PRI.

En Yucatán, en 2001 triunfó Patricio Patrón (43 años). Inició su gobierno con favorables expectativas y muchas esperanzas. Su primera grave prueba fue enfrentar la secuela de destrucción del huracán "Isidoro", a escasos 13 meses de asumir el cargo. En la elección intermedia de 2004, el PAN obtuvo muy buenos resultados, mismos que refrendó en la elección federal de 2006. El horizonte parecía despejado y el relevo gubernamental de 2007, un asunto de mero trámite.

Sin embargo, las acusaciones de opacidad, de intervención de familiares y la falta de concreción de varios muy publicitados proyectos, como la Plataforma Logística o Metrópolisur, contribuyeron a desgastar la imagen de honestidad y de eficiencia que acompañaba a los panistas. No bastaron las importantes inversiones federales en vivienda y carreteras o la ampliación del periférico de Mérida con sus pasos a desnivel.

La gota que colmó el vaso fue el tortuoso proceso panista para la postulación de su candidato a suceder a Patricio Patrón. El PAN sufrió una doble fractura: entre su militancia y una más costosa con la sociedad, consecuencia de vicios que hasta entonces se pensaba que sólo aquejaban al PRI.

En tanto, este partido pudo resolver en razonable acuerdo la postulación de su candidata a la gubernatura. La edad y el género marcaron una diferencia sensible con el candidato del PAN. Otra vez surgieron las esperanzas. Que venía una generación priista de recambio, que los jóvenes aportarían una nueva visión a la política y a los asuntos públicos yucatecos, que el diálogo y la negociación serían las herramientas de esa "nueva mayoría ciudadana". Al igual que en 2004 y en 2006 para el PAN, en las elecciones de 2009 y de 2010 triunfó el PRI. Además, los amplios resultados permitieron reafirmar el control priista sobre el Congreso.

De los cinco años que corresponden a la administración de Ivonne Ortega, los primeros dos fueron casi de encantamiento en que las escasas voces críticas eran descalificadas. Ante el derroche, el culto a la personalidad y la improvisación, cobró fuerza la sensación de que el relevo generacional no respondía a nuevas formas de gestión pública, más eficientes y transparentes, que se habían prometido y que se esperaban. Los programas asistencialistas desplazaron a las acciones de fomento y a la inversión pública. La opacidad sentó sus reales y aparecieron acusaciones de corrupción; la obra pública, poca y pequeña, registró retrasos injustificables y los proyectos emblemáticos del quinquenio quedaron archivados o en sus primeras piedras.

La intención de "gobernar con la gente", de "escuchar" a todo el que "habla" y de atender sus demandas fue desplazada por la intransigencia, como la represión contra manifestantes que se oponían al llamado "paso deprimido" de la glorieta de la colonia México.

Igual que Patricio Patrón, el gobierno del Estado anunció un rosario de obras a realizar antes del 1 de octubre de 2012, cuando concluye. Se supone que el financiamiento del BID rescatará las famélicas finanzas estatales y permitirá, al igual que los PPS, publicitar un gran número de obras, preferentemente en Mérida, que arrancarán en las próximas semanas.

Quienes pensamos que los hechos de violencia en la glorieta de la colonia México harían recapacitar a las autoridades estatales y municipales sobre el costo político que representa la imposición, nos equivocamos. Si no conocemos los proyectos del BID, si nada se sabe del remozamiento de parques y mercados, del "anillo de circunvalación" o del plan de transporte, si se pretende iniciar la restauración del centro de Mérida en plena temporada navideña, con los consiguientes perjuicios a los comerciantes, ¿no será que de nuevo la comunicación, el diálogo y la negociación están ausentes en los planes de las autoridades?

Mucho ganaríamos los ciudadanos si el PRI y el PAN se vieran uno en el espejo del otro. Tal vez así dejarían de considerar que la ciudadanía sólo importa a la hora de emitir su voto y que es fácil hacerla a un lado a la hora de gobernar. Que la aciaga noche del PRI en 2000 y del PAN en 2007 sean recuerdos punzantes que motiven a sus dirigentes y gobernantes a cambiar su conducta. ¿Aspiración ingenua?-

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