Continuidad y Cambio. El ejemplo de la basura en Mérida.

Dulce María Sauri Riancho

En menos de un mes habrá una nueva administración municipal en Mérida. Las autoridades electas afinan sus programas; saben que el plazo es corto, por lo que no hay tiempo que perder. En la reflexión de estos días, la pregunta que debe surgir constantemente es: ¿qué cambiar, qué conservar, qué iniciar? Algunas obras y servicios empiezan en una administración que puede inaugurarlos y entregarlos funcionando. Son los más numerosos, pero generalmente también los más sencillos, muchos de ellos sólo de ornato.

Otras obras se pueden iniciar. El proceso de arranque es difícil. Muchas veces, el tiempo de la administración sólo alcanza para esbozar la idea, comenzar a convencer a los ciudadanos, conseguir los recursos, formular el proyecto de inversión. Y hasta allá.

Unos cuantos servicios, quizá los más importantes para mantener y elevar la calidad de vida de todos los habitantes de la ciudad, son los que exigen continuidad de estrategias de gobierno; no importa el partido político de procedencia, las autoridades tienen ante sí el reto de fortalecer los programas y reorientar algunas acciones para mejorarlos. Es el caso de la basura.

Desde que tengo memoria, los meridanos pagan directamente por la recolección de su basura. Eso denota una corresponsabilidad entre la sociedad y el gobierno en un tema especialmente sensible para todos. A principios de los años 80 la ciudad había crecido hasta superar el medio millón de habitantes; la basura era ya un tema de interés y de preocupación colectiva. Los hábitos de consumo habían cambiado, más plástico y menos bolsas de papel y botellas de vidrio. De quemar en los patios de las casas lo poco que no se había podido reutilizar pasamos a las casas sin espacio, ni siquiera para guardar la basura de los nuevos fraccionamientos. En mi casa, mi abuela juntaba los papeles y los cartones, limpiaba las botellas de vidrio y las latas de leche en polvo; luego, hacía que la llevaran al mercado a los puestos donde compraban el material recuperado —“reciclado” se llama ahora— por unos cuantos pesos que se volvían caramelos para los nietos. Nosotros ni entendíamos ni aquilatábamos el esfuerzo de mi abuela; como ella, a fines de los años 70, los yucatecos “recicladores” entraron en retirada. Pero la basura ya no podía quemarse como antes, ni en las casas ni en el basurero municipal que, cuando ardía, invadía con sus humos buena parte del noroeste de la ciudad. Además, surgía la preocupación por los llamados “residuos peligrosos” para la salud y el medio ambiente, como los desechos de los hospitales y los aceites de motor gastados o quemados.

Aparte estaban los “lodos”, que así se les dice a los residuos de la limpieza de las fosas sépticas —nuestro drenaje— y de la preparación del nixtamal en los molinos.

En 1985, el presidente municipal Herbé Rodríguez (PRI) inició los estudios para ubicar un nuevo basurero. Inicialmente se pretendió utilizar una antigua “sascabera”, lo que no fue aceptado por las autoridades ambientales; pero en 1987, el proyecto permitió la expropiación por parte de Víctor Cervera, de las tierras donde diez años después funcionaría el “relleno sanitario”.

En 1990, Carlos Ceballos (PRI) solicitó el préstamo y comenzó la construcción de la planta de composta para producir tierra a partir de la descomposición de los restos orgánicos: comida, frutas, carnes.

El ayuntamiento encabezado por Ana Rosa Payán (PAN) inauguró la planta de composta, parte de un proyecto integral, que incluyó la rehabilitación del sistema de recolección y la primera experiencia piloto en la colonia Jesús Carranza para separar la basura orgánica e inorgánica. Pero lo más importante fue la aprobación del proyecto de “relleno sanitario”, a donde iría todo aquello que no pudiera volverse tierra —composta— o no pudiese recuperarse, como el cartón, los metales y el vidrio.

En 1997 se inicia la operación del “relleno”, con una vida útil de 15 años, hasta 2012. Por cierto, anticipadamente llegará este año a su punto de saturación.

La recolección por separado de la basura orgánica e inorgánica había vuelto a intentarse en la administración 2001-2004 (PAN). Fue su sucesora la que la aplicó a toda la ciudad: las bolsas verdes y naranjas llenaban alternativamente las calles de la ciudad. Al mismo tiempo, se instalaba una moderna planta de separación de inorgánicos y el “relleno sanitario” recibía basura procedente de otros municipios.

En 2008, el gobierno del estado (PRI) y el del municipio (PAN), se coordinaron para acelerar la reubicación de las lagunas donde se vertía el producto de la limpieza de las fosas sépticas y del nixtamal, ante la construcción del CRIT (Teletón).

Es cierto que tiene que reorientarse la recolección, hacerla más eficiente. Dos veces a la semana pasan los camiones recolectores por los productos orgánicos, lo que se pudre, y una, por los inorgánicos, que aguantan. Sin embargo, la frustración de las amas de casa es grande cuando ven que en los propios camiones todo se revuelve, ante el relajamiento que ha habido en los últimos meses.

También tendrán las nuevas autoridades (PRI) que revisar el funcionamiento de la planta de separación. Su costosa y avanzada maquinaria tropieza ante las bolsas de plástico, cuando tendrían que operar a partir de contenedores con la basura “a granel”.

Hay nuevos retos: cómo producir electricidad a partir de la descomposición de la materia orgánica; cómo aumentar la recuperación de papel, vidrio, metales y principalmente PET, envases de plástico que duran siglos antes de desaparecer.

Pero sobretodo, autoridades municipales y ciudadanos tendremos que trabajar para desarrollar una nueva cultura de consumo responsable. Incidir en la educación ambiental, en la recuperación de la tradición de nuestras abuelas de reutilizar al máximo. Comencemos, por lo pronto, con llevar al supermercado nuestras propias bolsas o vayamos“… con canasta y con rebozo de bolitas...”.

Hasta ahora, la política municipal sobre la basura ha sido ejemplo de continuidad y cambio. Que así siga.— Mérida, Yucatán.

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