Las elecciones de mayo: la última vez.

Dulce María Sauri Riancho

Muchos yucatecos sentimos que nuestro estado tiene un lugar especial en la vida del país. Esta sensación tiene una sólida base en nuestra historia, desde los mayas y Felipe Carrillo Puerto; el henequén y el Partido Socialista del Sureste. En la política actual, Yucatán tiene una relevancia como escenario de una intensa competencia entre el PRI y el PAN desde mediados de los años 50.

Aquí se ha completado el círculo de la alternancia en el gobierno: PRI-PAN y de nuevo el PRI desde 2007. El acontecer político en nuestra entidad ha tenido consecuencias directas en los otros dos estados peninsulares, Campeche y Quintana Roo. Estos elementos bastarían para que el proceso electoral actual fuese considerado de interés más allá de las fronteras locales.

Desde 1967, con el triunfo de don Víctor Correa Rachó en el Ayuntamiento de Mérida, Yucatán se ubicó en el mapa electoral nacional como una entidad con alta competencia. Se reforzó esta posición con los triunfos de Ana Rosa Payán en Mérida en 1988 y 1990. El calendario político nacional señalaba que la postulación del candidato a la gubernatura yucateca por parte del PRI era el último evento que el presidente de la República conducía antes de la definición del candidato a sucederlo; y la elección yucateca era la penúltima —sólo Morelos estaba más atrás, en marzo— antes de la elección presidencial de julio.

En 1995, el calendario electoral yucateco cambió. A partir de ese año, la elección habría de efectuarse en mayo, seis meses después del inicio del nuevo gobierno federal. En esa ocasión coincidió con la elección extraordinaria de gobernador de Guanajuato que, después de cuatro años, había sido convocada para realizarse en la misma fecha que la yucateca, el 28 de mayo. En esa entidad ganó Vicente Fox; en Yucatán, Víctor Cervera Pacheco.

La elección yucateca de 1995 se efectuó en un clima político enrarecido por la crisis económica que había comenzado a azotar al país desde diciembre del año anterior. Las consecuencias para el PRI se habían empezado a mostrar en Jalisco, donde fue derrotado su candidato a la gubernatura por Alberto Cárdenas, joven ex presidente municipal de Ciudad Guzmán, del PAN. Aquí, Cervera se impuso por más de 22,000 votos; en Guanajuato, el PRI perdió por una amplia diferencia.

El triunfo en el gobierno de Yucatán fue casi el único que logró el PRI en 1995; sólo en la integración del Congreso de Chihuahua —electo en julio— mostró un poco de fuerza al recuperar la mayoría perdida junto con la gubernatura en 1992. Yucatán fue la luz de esperanza para millones de priístas de todo el país.

En 2001, la elección yucateca fue la primera bajo el nuevo gobierno encabezado por el presidente Fox. En esa ocasión Jalisco se había adelantado al mes de noviembre del año anterior, unos días antes de la conclusión del gobierno del presidente Zedillo; nuevamente había ganado el PAN.

La “ola azul” de 2000 invadió la política yucateca. Los vientos de cambio: del siglo, del milenio, del partido en la Presidencia de la República, se transmitieron a Yucatán con la fuerza suficiente para abatir al PRI, aun con la alta consideración que la mayoría de la población tenía para Víctor Cervera y su gobierno. Así. Patricio Patrón fue electo gobernador en un estado que había sido considerado hasta ese momento un importante bastión del PRI.

En 2001, el PAN nacional recibió una importante inyección de ánimo para las elecciones locales. Sin embargo, el impulso de esos años no fue suficiente para enfrentar las elecciones federales de 2003, en las que sufrió un severo retroceso en muchas partes del país.

Las elecciones locales de 2004 y las federales de 2006 parecieron confirmar la nueva hegemonía del PAN en la política yucateca. En 2006 el PAN “arrolló” en la elección presidencial, ganó las senadurías de mayoría —con Beatriz Zavala a la cabeza— y cuatro de las cinco diputaciones federales. Por primera vez en la historia política de Yucatán la representación de mayoría en el Senado quedaría depositada en el PAN y también por vez primera el PAN ganó en dos de los tres distritos del interior del estado —Valladolid y Ticul— y con ellos la representación en la mayoría de los municipios yucatecos.

Las secuelas de la disputada elección presidencial de 2006 parecían no haber afectado las posibilidades del PAN para retener el gobierno en 2007. La aceptación popular de Patricio Patrón y de su gobierno parecía elevada; casi toda la representación yucateca al Congreso de la Unión era del PAN; sólo mediaban nueve meses entre julio y mayo. ¿Qué podría pasar ante un PRI sumido en un tercer lugar en la votación para la Presidencia de la República? Lo impensable sucedió: el PAN se dividió y el PRI ganó la gubernatura.

Ahora la corriente revitalizadora del ánimo partidista fluyó hacia el PRI como consecuencia del triunfo de 2007. Para el partido que había “mordido el polvo” en la elección presidencial de 2006; para los grupos parlamentarios más reducidos en toda la historia priista; para los estados que se quedaron sin senador —de mayoría o de primera minoría—; para la nueva dirigencia nacional recién integrada, ganar la primera elección local bajo el gobierno de Felipe Calderón fue fundamental.

Para el PAN la pérdida del gobierno de Yucatán tuvo también efectos más allá de las fronteras estatales. Por lo pronto, frenó bruscamente su avance, quizá donde menos se lo esperaban los militantes y simpatizantes de este partido. Para el PRI fue el inicio de una cadena de triunfos en las elecciones locales, que se amplió en las elecciones federales de 2009 y en las estatales de ese mismo año.

Una vez más, el calendario electoral coloca a Yucatán como “marcador electoral”. Por última vez, el proceso será en mayo; precederá a las 14 elecciones estatales, 12 de gobernador, congreso y presidentes municipales. El mapa político quedará trazado a partir de los resultados de este año: si el PRI gana la mayoría de los estados, como todo parece indicar, sería imparable su triunfo en 2012. Los partidos políticos, especialmente los tres más grandes, saben lo que se juegan en 2010.

Ganar Mérida representaría para el PRI mucho más que gobernar de nuevo la capital; sería desplazar al PAN del gobierno del municipio y del Estado, quizá por muchos años. Mostraría su capacidad de doblegar a su principal adversario.

Para el PAN, perder Mérida tendría un efecto simbólico mucho más devastador que una derrota electoral. Sería prácticamente desplazado de Yucatán; tendría que lograr refugio en Campeche, donde gobierna la capital, para comenzar el largo camino de la recuperación de su presencia peninsular. Sobre todo vulneraría el ánimo de triunfo de los panistas en los otros 14 estados.

A partir de 2012, las elecciones locales yucatecas se realizarán simultáneamente con las elecciones federales. Sentirnos y sabernos especiales esta última vez lleva consigo un esfuerzo extra de análisis al decidir nuestro voto. Vale la pena.— Mérida, Yucatán.

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