Carretera federal 180, Un reflejo de este país

Dulce María Sauri Riancho

Las carreteras son como espejos que reflejan la realidad del país. Ninguna quizá lo hace con mayor exactitud que la carretera federal 180, que inicia su largo camino desde Matamoros, Tamaulipas, hasta concluirlo en Puerto Juárez, Quintana Roo, después de recorrer casi 2,400 kilómetros.

Es toda la costa del Golfo de México, la zona productora del sorgo, caña de azúcar, naranjas, quesos, carne y leche; es área de pesca, de captura y de cultivo en sus lagunas. Cruza el área petrolera del Golfo, tanto de los pozos —agotados unos, en actividad otros—, como las refinerías y buena parte de la industria petroquímica. Pasa junto a grandes proyectos gubernamentales, como el Plan Chontalpa, en Tabasco, y la explotación petrolera en el mar, cuya ancla continental es Ciudad del Carmen. Une a grandes ciudades de seis estados: Tamaulipas, Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Es paso casi obligado para los centroamericanos que se dirigen de los Estados Unidos hacia sus hogares. Desde la “Costa Esmeralda” veracruzana, hasta Cancún, es atractivo para miles de visitantes.

Por su importancia económica y su relevancia estratégica, la carretera 180 tendría que estar en óptimas condiciones para cumplir su cometido. No es así: en largos tramos es una modesta y delgada vía de dos carriles, sin acotamiento alguno; en muchas partes de su largo trayecto, el pavimento está lleno de hoyancos; en los tramos de autopista de cuatro carriles —por la que se paga cuota, en vez de transitar por la libre— hay baches y cuadrillas de reparaciones interminables, aparentemente inútiles. El tráfico es intenso: camiones de todos tamaños, autobuses de pasajeros, modestos y deteriorados vehículos que son remolcados hasta Centroamérica, coches de pasajeros, uno que otro tractor, motocicletas y muchos topes para atravesar poblaciones que merecerían un libramiento.

¿Por qué la carretera 180 no puede ser una vía de “primer mundo”, de al menos tres carriles, con acotamientos amplios, sin baches ni hoyancos, segura para todos? Por la falta de planeación a largo plazo, por la ineficiencia gubernamental y la indiferencia privada, por el dominio de los intereses económicos de los más fuertes sobre el interés colectivo, por el encadenamiento de gobiernos débiles, incapaces de establecer normas y de hacerlas cumplir. Por el silencio y el conformismo de la mayoría, que todo lo soporta estoicamente, pensando que nada puede ser cambiado para mejorar.

Falta de planeación.— Los camiones “doble semirremolque”, las “madrinas” que transportan 20 ó más vehículos nuevos, las “pipas” de “material peligroso” —gases, gasolinas, petrolíferos—, las “plataformas” que cargan enormes tubos para las instalaciones petroleras no tendrían que transitar por la carretera 180, si contáramos con un ferrocarril eficiente. No sucede así porque desde hace un buen tiempo, los ferrocarriles dejaron de ser prioridad para el desarrollo del país y a su ineficiencia tradicional se agregó la fragmentación impuesta por las empresas privadas que los adquirieron. Porque el gobierno tolera que esos enormes camiones, que transportan 40, 60 toneladas, que miden 30, 40 metros de largo, transiten por angostos y sinuosos tramos, destruyendo el pavimento, poniendo en peligro la vida de otros conductores y de los habitantes de las poblaciones que cruzan, sin obligarlos a cumplir la Norma Oficial Mexicana (NOM) sobre pesos y medidas para circular en carreteras federales. Mejorar la competitividad del país significa llegar barato y a tiempo a los mercados; no se puede sin una red ferroviaria eficaz.

Intereses de unos cuantos sobre la mayoría.— No se ha extendido la red para llevar gasolinas y diesel por tubería, en vez de hacerlo por “pipas”; costaría menos, pero les quitaría un jugoso negocio a los transportistas privados. Ni siquiera el argumento de la seguridad de los ciudadanos motiva suficientemente al gobierno para ejercer su autoridad: no hay “veda” para que esos “monstruos” del camino dejen de circular en periodos vacacionales, como esta Semana Santa.

Simular y aparentar.— La carretera 180, como otras del país, está en perpetua reparación. Los letreros que anuncian las inversiones multimillonarias son, en la mayoría de los casos, las únicas manifestaciones visibles. Los trabajos de “conservación” son tan chabacanos que ni siquiera sobreviven la temporada de lluvias. En la región petrolera de México, las carreteras y caminos deberían ser los mejores del país, por interés, conveniencia, por los ingresos nacionales que allí se generan y por la disponibilidad del material para construirlos. No es así.

El consuelo.— “Podríamos estar peor”; “ahora, al menos, no hay que pasar siete pangas para ir a la ciudad de México”, esos y otros argumentos se escuchan cuando hablamos sobre este tema. ¿Y los comerciantes yucatecos que ven aumentado considerablemente el costo de sus mercancías por la ineficiencia del transporte? ¿Y los inversionistas que demandan insumos “justo a tiempo” para operar, con entregas oportunas a sus clientes, imposibles de lograr en las actuales circunstancias? ¿Y el presupuesto público que año tras año se destina a reparaciones que no sirven? ¿Y las vidas que se pierden en accidentes causados por el intenso tránsito de enormes camiones? Si el país se ve reflejado en las carreteras, mejoremos la 180 y ayudaremos a México.— Mérida, Yucatán.

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