Un fruto envenenado

Columna publicada el día de hoy en el Diario de Yucatán, Dulce María.

Los "chiquilotes"

El 22 de diciembre, en el sigilo que permiten las fiestas navideñas, la Gaceta Municipal publicó el Programa de Desarrollo Urbano de Mérida (PDUM).

En sus cuatro volúmenes, el PDUM aborda importantes cuestiones que nos atañen a todos. Pero una en particular parece ser un fruto envenenado: la reducción del tamaño mínimo de los terrenos para edificar vivienda popular, los llamados “chiquilotes”.

Las Zonas Habitacionales de Alta Densidad (HAD) elevan la densidad máxima permitida por hectárea hasta 70 lotes; se disminuyen las áreas verdes del conjunto habitacional (de 25 a 20%) y aumenta el tamaño de la construcción autorizada en el interior de los terrenos, es decir, reciben “luz verde” para poner placas de cemento en toda pequeña superficie disponible.

Por si no fuera suficiente, los fraccionamientos “sociales” y “populares” tienen que cumplir —al menos en el papel— las medidas de alineación y restricción de construcción en áreas que van de 5 metros a 2 metros (en las calles de andadores, como los de la Fidel Velázquez). Esto quiere decir que los pequeños lotes se volverían minúsculos para edificar viviendas en las que el patio trasero será cosa del pasado.

No faltará quien diga que sólo de esta forma se puede enfrentar el rezago en materia de vivienda y hacerla accesible a las familias de más bajos ingresos. Otra vez el “mal menor” envuelto en los ropajes de una planeación realizada a la medida de los constructores y no de quienes requieren vivienda digna.

Para la mayoría de las familias, tener casa propia es la prioridad esencial. Adquirirla o construirla es quizá la inversión más grande de la vida que supone efectuar pagos mensuales por muchos años, ahorro “para los malos tiempos” y seguridad de un techo mientras pasan.

Las casas de los yucatecos —ricos y pobres— siempre están en construcción; apenas cae un “extra” se compra el cemento, la bovedilla o los muebles de baño. Las pilas de grava en las puertas de las casas forman parte del paisaje urbano de muchas poblaciones y de algunas colonias de Mérida.

Los “chiquilotes” cercenarán la esperanza de construir “un cuarto más”, apenas se pueda. Adiós al árbol de limón o de naranja agria. A lavar en el minipatio y a tender en la puerta de adelante.

¿O habrá lavadora y secadora de ropa como parte del equipamiento? La temperatura calurosa que impera la mayor parte del año se resiente en las casas pequeñas, con techos bajos y escasa ventilación, pues no hay espacio para ventanas y aire cruzado. ¿Y las hamacas? ¿Los minicuartitos tendrán el tamaño para dormir en ellas sin hacerlo casi sentados? Recordemos la batalla ganada en Pacabtún, al naciente y poderoso Infonavit de los 70, que tuvo que cambiar en Yucatán su normativa nacional respecto al tamaño de las recámaras, para que los trabajadores yucatecos y sus familias no sufrieran afecciones de la columna vertebral por dormir plegados.

Precisemos. Las reglas HAD son para los fraccionamientos que se construyen con créditos de Infonavit y Fovissste principalmente, como Juan Pablo II, Francisco de Montejo y Ciudad Caucel. También lo son para las colonias populares que crecieron a partir de la actividad de la Comisión Ordenadora del Uso del Suelo (Cousey). Junto con Corett, que regularizaba los asentamientos en terrenos ejidales, Cousey dotó a miles de familias yucatecas de un pedazo de terreno, nunca inferior a 160 metros cuadrados, para construir su vivienda.

Mérida no tiene montañas ni barrancas, no tiene ríos ni ciénaga que limite su crecimiento. La tierra es cara por la especulación inmobiliaria —no porque sea escasa— y el gobierno del Estado renunció a impedir ésta al desaparecer la comisión que controlaba la reserva de tierra, erigiendo en su lugar un instituto de vivienda.

La convivencia en las grandes unidades habitacionales es difícil, en particular si se carece de espacios de recreación colectiva. Las actividades se realizan principalmente en la calle: reuniones, fiestas o simplemente para aliviar el intenso calor del interior de las casas. La dimensión sociológica de estos proyectos y su impacto en el mediano plazo sobre la calidad de vida de la ciudad han sido ignorados por el PDUM y por las autoridades.

Por lo pronto, el PDUM y la Ley de Fraccionamientos de 1985 están enfrentados. Espero que los intereses de los fraccionadores ineficientes —porque los eficientes construyen espacios dignos, como Francisco de Montejo— no se impongan a las autoridades estatales y municipales.

Preguntémosles a los candidatos su opinión sobre la calidad de vida de los meridanos, los retos del desarrollo urbano y los “chiquilotes”. Reclamemos su compromiso con la ciudad.

Comentario.— Que no habrá competencia entre autoridades estatales y federales en la elección de mayo, sino entre candidatos. Por lo pronto, nos enteramos que habrá 6,000 familias con Oportunidades en Mérida y que Reconocer Urbano tiene alrededor de 2,000 personas mayores que reciben 550 pesos mensuales. La política social ya ha producido un diputado federal —Liborio Vidal, ex secretario de Política Comunitaria del Estado— y una precandidata a la alcaldía de Mérida —la senadora Beatriz Zavala, ex secretaria de Desarrollo Social del gobierno federal.— Mérida, Yucatán.

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